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Una elección consagrada en la impunidad
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Una elección consagrada en la impunidad

Vistas desde afuera, las elecciones generales del 25 de junio en Guatemala cumplen con los requisitos formales. Hay 22 candidatos presidenciales -una cifra récord desde el retorno a la democracia en 1985- y el espectro ideológico de los candidatos va desde ultraconservadores hasta socialdemócratas.

Pero esto no es una elección regular. Tres candidatos principales fueron excluidos con base en acusaciones judiciales cuestionables: la líder indígena de izquierda Thelma Cabrera; Roberto Arzú, derechista y antistatu quo; y Carlos Pineda, un terrateniente y empresario populista, desconocido hasta hace poco, que saltó a la cima de las encuestas satanizando al régimen y montando una campaña efectiva en las redes sociales.

Las decisiones son sintomáticas de un problema más grave: el estado de derecho se ha socavado sistemáticamente, la aplicación de las normas se ha vuelto arbitraria y no hay recurso para quienes no están de acuerdo con el régimen.

El fin del Estado de derecho

La historia comienza en 2007, cuando el gobierno guatemalteco dio luz verde a la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), un organismo judicial supranacional respaldado por las Naciones Unidas y financiado por la comunidad internacional. Junto con la Fiscalía General de la Nación, la CICIG se embarcó en la campaña anticorrupción más amplia y profunda en la historia del país.

El balance al cierre de 2019, cuando la CICIG salió de Guatemala, fue impresionante: 122 investigaciones de corrupción a gran escala operadas por 72 estructuras criminales; y 680 personas imputadas y en procesos judiciales. De los acusados, 200 eran funcionarios públicos, incluidos cinco expresidentes, y alrededor de 60 eran accionistas principales y altos ejecutivos de poderosas corporaciones comerciales. Los tribunales dictaron más de 400 condenas.

Los poderosos grupos que durante mucho tiempo habían controlado Guatemala no se quedaron de brazos cruzados. A partir de 2017, lanzaron un efectivo contraataque a través de los medios de comunicación para sembrar la confusión y la división entre los guatemaltecos y, al mismo tiempo, inducir una grieta en el consenso de Washington de apoyo a la lucha contra la corrupción.

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Sus cabilderos también leen perfectamente a la administración Trump. Si el gobierno trabajara con Estados Unidos para reprimir los flujos migratorios, recibirían un aval de la Casa Blanca para desmantelar a la insufrible CICIG. Y así sucedió. El senador de Florida Marco Rubio e -irónicamente- Bill Browder, empresario crítico con el Kremlin y promotor de la Ley Magnitsky, jugaron papeles clave en la operación.

En septiembre de 2019, la CICIG cerró sus oficinas y el llamado Pacto de Corruptos -una alianza informal de políticos, élites burocráticas y empresarios- lanzó una cruzada implacable para revertir el rumbo. Primero subyugaron las instituciones judiciales, incluida la Oficina del Fiscal General, que obtuvo una nueva fiscal general obediente, Consuelo Porras, quien asumió su papel como sacerdote católico durante la Inquisición española.

Luego hostigaron a fiscales y jueces independientes, periodistas críticos y activistas de la sociedad civil. Más de 100 han tenido que huir al exilio, y otros, como la exfiscal Virginia Laparra y el periodista José Rubén Zamora, están siendo sometidos a juicios sumarios.

Mientras tanto, más de 90 acusados ​​de liderar o integrar corrupción política y económica y redes criminales han visto sus casos desestimados o anulados por motivos técnicos y otros falsos. Joder, finalmente fue sancionada por la administración Biden. Mientras tanto, los fiscales de Porras no han apelado esas decisiones, incluso cuando los tribunales deshacen años de trabajo de investigación y enjuiciamiento.

Decidir quién va a la urna

En este entorno, las elecciones se desarrollaron como se esperaba. Los tribunales han descalificado arbitrariamente a algunos candidatos. Aún así, también concedieron permiso a otros, en particular a dos de los principales candidatos, Sandra Torres y Zury Ríos, a pesar de algunos obstáculos legales.

Torres se postula para presidente por tercera vez. Fue arrestada en 2019 después de que ella y miembros de su partido Unidad Nacional de la Esperanza (UNE) fueran acusados ​​por la CICIG y la Fiscalía General de malversación de fondos de campaña durante su candidatura presidencial de 2015.

las acusaciones impidió que Torres corriera. Sin embargo, la UNE tiene la bancada parlamentaria más grande de la legislatura, la cual utilizó para apoyar al gobierno de Alejandro Giammattei. inflado y, a menudo, propuestas presupuestarias opacas en medio de la nube de la pandemia.

Desde entonces, los tribunales han dictado una serie de decisiones favorables a Torres, primero dándole prisión domiciliariaentonces permitido ella a la campaña, y finalmente cayendo el caso por completo – abriendo la puerta a su candidatura.

En el caso de Ríos, este es su cuarto intento a la presidencia. En 2011, se retiró porque no pudo recaudar suficiente dinero. En 2015, la Justicia le impidió postularse por una cláusula constitucional que prohibía ocupar la presidencia a familiares de golpistas -su padre había comandado un golpe militar en 1982. El mismo artículo se lo impidió nuevamente en 2019, cuando la Corte Constitucional (CC) dictaminó que su candidatura era ilegal. En las elecciones actuales, estas decisiones fueron ignorado por todos los órganos competentes, incluido el CC.

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A su vez, el presidente Giammattei no pudo postularse, por lo que su partido, Vamos, centró sus esfuerzos electorales en contratación de 169 alcaldes conseguir que su candidato presidencial moribundo, o al menos sus candidatos al Congreso, voten en unos seis partidos satélites afiliados a Vamos.

En total, 22 candidatos presidenciales sobrevivieron a la purga. Pero, según las encuestas, hay dos que tienen más posibilidades de llegar a la segunda vuelta, que se disputará el 20 de agosto: Torres y Edmond Mulet. (Ríos era el favorito hasta abril, pero aparentemente ha perdido el favor de los votantes).

Mulet, cuya militancia ha estado por momentos en la cuerda floja, es un político conservador pero institucional que ha llenado su partido, Cabal, de gente asociada al Pacto de Corruptos.

Su movimiento más audaz fue declarar efectivamente que él para eliminar La procuradora general Consuelo Porras está lista para ganar. Eso puede haber atraído a algunos votantes moderados, pero también levantó las cejas del Pacto Corrupto. Sorprendentemente, hizo el anuncio después de que ya estaba en la boleta electoral.

Además, Guatemala tiene un Tribunal Supremo Electoral (TSE) débil, la principal autoridad electoral del país, cuyas decisiones recientes están generando una desconfianza generalizada.

Por razones poco claras, el TSE adquirido nuevos equipos para la transmisión de resultados electorales. El equipo es de dudosa procedencia y los administradores locales han mala reputacion.

Sin una justificación clara, también reemplazaron hasta en un 90% a las Juntas Electorales Departamentales, entidades locales que validan los resultados. En su lugar, pusieron a funcionarios gubernamentales, candidatos a abogados, representantes legales y trabajadores de empresas contratistas estatales, muchos de los cuales tienen claro conflictos de interésentre otras cuestiones.

En conjunto, las condiciones ilustran cuán lejos se ha alejado Guatemala de la democracia.

*Edgar Gutiérrez es analista político y excanciller de Guatemala.

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