Hay realidades que parecen no tener explicación. Son realidades oscuras. Son realidades que se prestan al juego de la política. Pero de política cuyo ejercicio es simplemente encubrimiento. Disfraz para justificar la apariencia que mejor se adapte al momento. Así como los intereses de quienes se aprovechan de las circunstancias en el contexto de la praxis política. E incluso como producto de un ejercicio tan destacado.
Cuando la verdad se esconde tras las apariencias es porque las coyunturas se vuelven cómplices de los hechos que trastocan y subvierten las realidades. Sobre todo cuando estas situaciones se forjan para que aparezcan alineadas con las necesidades que mueven a quienes detentan el poder a instancias de alguna ideología distorsionada.
Es el problema que se da en el trasfondo de situaciones que buscan ocupar el escenario de las realidades actuales. Aunque no cabe duda de que estas realidades están llenas de incógnitas que superan la capacidad de investigación y solución de instancias relacionadas con la depuración del ejercicio de la política.
Sin embargo, su praxis sigue siendo violada ya que sigue distorsionando. Luego de cualquier actuación de un operador o líder político, pueden surgir dudas que no hayan sido resueltas. Al contrario, sembraron más intriga que antes. Sus incidencias siguen oscilando entre errores. Algunos serios. Otros se desmayaron.
En medio de una ambivalencia tan maliciosamente inducida, busca asentarse en el terreno donde los políticos de antaño hacen de toda ambigüedad o causa estancada la oportunidad de satisfacer sus deseos más ocultos.
Por eso hay sistemas políticos en los que todo resulta en grandes fracasos. Resultados distorsionados. Todo, derivado de realidades turbias como resultado del superlativo grado de podredumbre canalizado por las brechas entre el discurso y los hechos. Y es ahí donde la motivación para el ejercicio de la política se convierte en motivo para encubrir motivos. Para anular explicaciones u ocultar condiciones.
Ésta es el área que mejor sirve a quienes se presume que son «políticos» para saquear (samurar) o perseguir escenarios en los que se sospecha que las acciones están usurpadas para su propio beneficio. O el grupo de partidos políticos. Del grupo de aduladores, secuaces o intermediarios. Sin que el citado “zamureo” los obligue a declarar lo robado. Por tanto, el delito perpetrado se cataloga como acto de corrupción en cualquiera de sus manifestaciones, localizaciones y dimensiones.
Esto es lo que caracteriza las situaciones políticas. Más en el caso de realidades donde se ha perdido el concepto de «República». Y a los fundamentos jurídicos de la institucionalidad cuyos postulados y criterios sustentan la Carta Magna, les pasó lo mismo.
Así es como el «zamureo» se convierte en signo de actividad política. Bueno, proselitismo disfrazado de gestión política. O gestión política disfrazada de gobierno. Dondequiera que se mire el ejercicio de la política, el «zamureo» persiste. Quizás por falta de honradez. O la vivacidad (percepción) de quienes hicieron de la política una profesión vital. Además, sin haber pasado por un colegio público. Solo por el deseo de estar en las alturas del poder. O aparecer socialmente. O sentirse por encima del asiento que, de forma acelerada, te hubiera permitido otra actividad o tarea.
Por tanto, es inaceptable que, en medio de realidades políticas desmembradas y asediadas por la crisis de salud que azota al planeta, los líderes políticos de cualquier bando sigan meditando sobre todo aquello que las tentaciones – francamente rayanas en las seducción forjada – inspiran desde el populismo banal.
Peor aún, de un populismo (estatismo, centralismo, presidencialismo, partidismo) en asociación descarada con la demagogia, la venganza y el resentimiento. Este lugar, fácilmente ocupado por prácticas de terrorismo de estado y negociaciones ilegales. Y eso a su vez provocar el colapso de lo que cae bajo el concepto de «soberanía». O el “estado democrático y social de derecho y justicia”.
Entonces, por todo esto es absurdo consentimiento para hordas de individuos investidos con «políticos», se dedican a confundir aún más las realidades de una nación. Apropiarse de lo oscurecido o velado. Actuar por el impulso que infunde poder en su sentido más negativo. Por tanto, vale la pena cuestionar públicamente el hecho de que se sigue castigando a una nación por llegar al desastre político, económico y social. Todo como resultado de lo que esto implica el «zamureo» de la política.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son responsabilidad exclusiva de los autores.
Del mismo autor: Primero yo, segundo yo, tercero …
«Creador malvado. Estudiante. Jugador apasionado. Nerd incondicional de las redes sociales. Adicto a la música».