Guatemala tiene la economía más grande de Centroamérica, pero también tiene las peores tasas de pobreza y desnutrición. Este es especialmente el caso en las zonas rurales y las comunidades indígenas, donde ocho de cada diez personas de ascendencia indígena viven en la pobreza.
El valle del río Polochic de Guatemala es una tierra fértil y hermosa conocida principalmente por las exportaciones africanas de palma y caña de azúcar. El noventa por ciento de sus 250.000 habitantes pertenecen a los pueblos indígenas queqchi y pocomchí.
La falta de acceso a los mercados limita a los pequeños productores y microempresarios a la hora de crear y ampliar empresas o aumentar su producción e ingresos.
Otro problema importante es el acceso limitado a los servicios financieros rurales, que pueden ser imposibles de utilizar sin garantías o garantías, especialmente para las mujeres indígenas de las zonas rurales. Para responder a estos desafíos, el proyecto PRODENORTE, apoyado por el FIDA, creó grupos de ahorro y crédito.
Cada grupo suele seguir el mismo modelo. Los miembros se reúnen cada 15 días para ofrecer sus tasas de ahorro en efectivo, que pueden oscilar entre 20 y 200 quetzales (entre 2,50 y 25 dólares estadounidenses). A través de un proceso participativo, transparente y muy riguroso, el administrador del grupo recauda las contribuciones en efectivo de cada miembro y las registra metódicamente en libros contables individuales. Tres mujeres elegidas por el grupo registran y ahorran ahorros tras una estricta diferenciación de tareas bajo la cuidadosa auditoría social del grupo.
A partir de una inversión inicial de 2200 dólares en 2016, los ciclos de ahorro semestrales de un grupo ahora han aumentado a 12 000 dólares, una cantidad significativa en esta economía rural. Con base en su propio capital, los miembros pueden acceder a préstamos de alrededor de 100 dólares, que deben pagar en dos o tres meses con un interés del cinco por ciento. Dependiendo de la época del año y de la situación familiar de cada miembro, los préstamos se utilizan para actividades económicas como el cultivo de frutas y verduras, la cría de aves, la fabricación de textiles o para cubrir gastos médicos, escolares o del hogar.
Aunque casi la mitad de las mujeres participantes no saben leer ni escribir, el modelo funciona bien y todos los préstamos se reembolsan. Hasta ahora, el proyecto ha apoyado a 153 grupos en los que participan más de 3.000 mujeres indígenas.
fecha de publicación: 14 de enero de 2020
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